Puedes servirte
Hace poco, vi una publicidad en televisión de una cadena de restaurantes con una declaración dramática: «Sírvete felicidad». ¿No sería bueno que un plato de patatas, carne, pasta o postre fuera todo lo necesario para ser feliz? Por desgracia, ningún restaurante puede cumplir esa promesa.
Manos limpias
En la actualidad, se ven carteles por todos lados que instan a la gente a lavarse las manos. Ante la constante amenaza de gérmenes y virus que contagian enfermedades, los funcionarios de la salud nos recuerdan permanentemente que las manos sin lavar constituyen el mayor agente de propagación de gérmenes. Por eso, además de los avisos que alertan sobre lavarse las manos, los lugares públicos suelen ofrecer desinfectantes para ayudar a prevenirse de los gérmenes y las bacterias.
Oídos abiertos
Hace poco, tuve problema con mis oídos y decidí probar un tratamiento algo controvertido. Supuestamente, ablandaría la cera y quitaría cualquier impedimento para oír bien. Debo reconocer que el experimento sonaba extraño, pero como estaba desesperado por oír con claridad, me dispuse a probarlo.
Sendero de lágrimas
Un suceso sumamente grave y trágico de la historia estadounidense fue el desplazamiento forzado de miles de aborígenes a principios del siglo xix. Después de haber cerrado acuerdos y luchado junto a la creciente población blanca, los echaron de sus tierras ancestrales. En el invierno de 1838, miles de indios cheroquis fueron obligados a marchar penosamente unos 1.600 kilómetros (1.000 millas) hacia el oeste; lo que se conoce como «El sendero de lágrimas». Esta injusticia causó la muerte de miles de personas, muchas de las cuales casi no tenían ropa, zapatos ni provisiones para semejante viaje.
¡Avanza! ¡Avanza!
Del otro lado de la calle, vi que un automóvil vacilaba cuando el semáforo se puso en verde. Entonces, de repente, una voz empezó a gritar: «¡Avanza! ¡Avanza! ¡Vamos, avanza!». El conductor pareció asustarse con los gritos, sin saber bien de dónde provenían. Entonces, lo vi… ¡el coche que estaba atrás tenía un altavoz que le permitía al chofer gritarles a los demás! Finalmente, el otro conductor recobró la calma y avanzó. Quedé pasmado ante la rudeza y la impaciencia de aquel hombre airado.
Biblioteca rodante
Antes de la aparición de los artefactos electrónicos y las distracciones de la actualidad, los largos días de verano de mi niñez se alegraban todas las semanas cuando llegaba la biblioteca rodante. Era un autobús revestido de estantes llenos de libros que iba de la biblioteca regional a los vecindarios, para que pudieran acceder a ellos las personas que no tenían medios de transporte. Eso permitió que pasara muchos días de verano leyendo libros a los que, de otro modo, no podría haber accedido. Aun hoy, sigo agradecido por el amor a la lectura que me fomentó aquella biblioteca rodante.
No alcanzó
Una de las modas de la década de 1970 en los Estados Unidos eran los saltos en motocicleta. Esta tendencia llegó a su punto máximo (y mínimo) el 8 de septiembre de 1974. Miles de espectadores se reunieron en el Cañón del Río Snake, en Idaho, para ver si Evel Knievel podía saltar el abismo en una «motocicleta del cielo» especialmente diseñada. Sin embargo, fracasó. Knievel solo había recorrido parte del trayecto cuando su paracaídas se abrió y lo depositó en el fondo del cañón. Algunos espectadores preguntaban: «¿Hasta qué distancia llegó?». Pero esa no era la idea. La realidad es que no llegó hasta el otro lado; es decir, no alcanzó su objetivo.
Fiel hasta la muerte
La Galería de Arte Walker, en Liverpool, Inglaterra, exhibe un cuadro de un soldado romano que vigila con lealtad la antigua Pompeya. Está inspirado en un descubrimiento arqueológico en esa ciudad de un soldado romano con toda su vestimenta militar y cubierto de cenizas. La erupción del volcán Vesubio, en el 79 d.C., cubrió la ciudad de lava y atrapó en un instante a la gente y su cultura. La pintura Fiel hasta la muerte da testimonio de la permanente vigilia del centinela, aun cuando a su mundo lo envolvía una muerte atroz.
Servicio de despertador
Una mañana de otoño, antes del amanecer, iba en mi automóvil a trabajar. De pronto, me sobresaltó un destello pardo frente a las luces delanteras, seguido del ruido de algo que golpeó contra el capó. ¡Había rozado un ciervo a unos 110 km (70 millas) por hora! Fue solo un golpe de refilón, y el coche no se dañó (tampoco el ciervo, hasta donde pude observar), pero sin duda, me impresionó. Como de costumbre, conducía en «piloto automático» por el conocido camino a la oficina, pero la conmoción del incidente hizo que prestara más atención. Seguí más alerta y tratando de calmar los acelerados latidos de mi corazón. Fue un servicio de despertador sumamente desagradable.
Marcar una diferencia
La historia de Elizabet era, cuanto menos, conmovedora. Después de una experiencia terriblemente humillante, tomó un autobús para irse de la ciudad y huir de la vergüenza. Llorando desconsoladamente, casi ni se dio cuenta de que el autobús había parado en el camino. Un pasajero que iba sentado detrás de ella, totalmente desconocido, estaba a punto de bajar, pero, de repente, se detuvo, se dio la vuelta y caminó hacia donde estaba Elizabet. Vio que lloraba, le dio su Biblia y le dijo que creía que la necesitaba. Tenía razón. Pero ella no solo necesitaba la Biblia, sino también al Cristo de quien ese libro hablaba. Elizabet recibió al Señor por este sencillo acto compasivo de un extraño que le regaló algo.